Si hay un capítulo dramático y doloroso en las páginas de la historia de la medicina, ese es el referente a la denominada "fiebre o infección puerperal". Y lo es porque en el instante en
que el médico ganaba para sí la atención de los partos, comenzaban a morirse las mujeres que sus manos querían proteger, atacadas por la infección. Paradójico, ¿verdad? "Sólo Dios
-decía Ignacio Felipe Semmelweis - conoce el número de las que por mi culpa bajaron antes de tiempo a la tumba". Fue necesario que Semmelweis perdiera a su amigo íntimo
Kolletschka, profesor de Medicina Legal, a consecuencia de una insignificante herida abierta en una mano durante la práctica de una autopsia, para que vislumbrara la espantosa realidad: eran
los dedos de los profesores y de los estudiantes los que sembraban la infección.